Nunca somos tan víctimas de nuestras metáforas como cuando hablamos de la corrupción.
Es un lugar más que común el referirse al problema de la corrupción como a un asunto donde la ética es parte importante de la clave para combatirla y erradicarla, y si bien es cierto que, efectivamente, la ética guarda relación directa tanto con la actitud que una persona asume ante su quehacer al servicio del pueblo (llámese administrar recursos públicos o prestar un servicio cualquiera de la misma naturaleza) como con la actitud de ese pueblo ante el servicio y el servidor, también lo es que los mensajes que constantemente se emiten para alertar sobre la corrupción o para hablar sobre sus efectos, son desde el punto de vista del lenguaje poco menos que desastrosos.
Frecuentemente oímos, leemos o repetimos expresiones como “el fenómeno de la corrupción es grave” o “debemos combatir el flagelo de la corrupción” y muchas otras que de seguro usted ahora mismo recuerda, donde invariablemente le atribuimos a la corrupción características que hacen que la percibamos como algo con vida y voluntad propias (como un desastre natural o una bacteria). La corrupción no es un ente, una cosa, un animal fantástico o mitológico.
Lamentablemente corrupción es un sustantivo y le va muy bien ser sujeto en todo esto. Como corrupción debemos nombrar al problema, pero sin adornarlo con elementos que lo desvirtúen. Existen corrompidos y corruptores (todos corruptos), y lo son no porque contrajeran una enfermedad o les cayera encima alguna desgracia donde su voluntad no cuenta, sino porque hacen u omiten hacer algo en perjuicio de la colectividad y obtienen con ello para sí y/o para terceros algún beneficio. Entonces hablemos preferiblemente del corrupto, de los hechos de corrupción y del problema de la corrupción.
Hablemos de hombres y mujeres que tanto por acción como por omisión son responsables, individual y personalmente, cada vez que contribuyen a que una obra no se realice correctamente o a que un servicio no se preste como es debido para que alguien obtenga alguna cosa a cambio.
No hablemos más de la corrupción como si fuese una epidemia que está fuera de control y que es ajena a nosotros. Hablemos mejor de lo miserable que es quien se aprovecha de los recursos que deben dar solución a la necesidad ajena.
Alexis Espinoza
Es un lugar más que común el referirse al problema de la corrupción como a un asunto donde la ética es parte importante de la clave para combatirla y erradicarla, y si bien es cierto que, efectivamente, la ética guarda relación directa tanto con la actitud que una persona asume ante su quehacer al servicio del pueblo (llámese administrar recursos públicos o prestar un servicio cualquiera de la misma naturaleza) como con la actitud de ese pueblo ante el servicio y el servidor, también lo es que los mensajes que constantemente se emiten para alertar sobre la corrupción o para hablar sobre sus efectos, son desde el punto de vista del lenguaje poco menos que desastrosos.
Frecuentemente oímos, leemos o repetimos expresiones como “el fenómeno de la corrupción es grave” o “debemos combatir el flagelo de la corrupción” y muchas otras que de seguro usted ahora mismo recuerda, donde invariablemente le atribuimos a la corrupción características que hacen que la percibamos como algo con vida y voluntad propias (como un desastre natural o una bacteria). La corrupción no es un ente, una cosa, un animal fantástico o mitológico.
Lamentablemente corrupción es un sustantivo y le va muy bien ser sujeto en todo esto. Como corrupción debemos nombrar al problema, pero sin adornarlo con elementos que lo desvirtúen. Existen corrompidos y corruptores (todos corruptos), y lo son no porque contrajeran una enfermedad o les cayera encima alguna desgracia donde su voluntad no cuenta, sino porque hacen u omiten hacer algo en perjuicio de la colectividad y obtienen con ello para sí y/o para terceros algún beneficio. Entonces hablemos preferiblemente del corrupto, de los hechos de corrupción y del problema de la corrupción.
Hablemos de hombres y mujeres que tanto por acción como por omisión son responsables, individual y personalmente, cada vez que contribuyen a que una obra no se realice correctamente o a que un servicio no se preste como es debido para que alguien obtenga alguna cosa a cambio.
No hablemos más de la corrupción como si fuese una epidemia que está fuera de control y que es ajena a nosotros. Hablemos mejor de lo miserable que es quien se aprovecha de los recursos que deben dar solución a la necesidad ajena.
Alexis Espinoza
09- 03-2007
1 comentario:
Corruptos nombrados en primera persona, estoy de acuerdo.
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