miércoles, 15 de diciembre de 2021

"¿Biblioteca?... no vale, Wikipedia"

Las nuevas generaciones de estudiantes apenas saben de la existencia de algo llamado biblioteca pública; es más, muchos nunca han visitado una, lo cual hace unas poquísimas décadas era impensable. Estudié en el Grupo Escolar “José Martí” de Sarría, Caracas (sí, ese mismo, el prócer de la Independencia Cubana); allí visité una sala de lectura por primera vez y aprendí a pasar las páginas, sin doblarlas ni ajarlas, cuando tenía seis años; allí supe lo que era una sala de referencia y aprendí a ubicar las publicaciones en los ficheros y a llenar los formularios de solicitud de préstamo); también estudié en el Liceo “Carlos Soublette” (salí bachiller en Humanidades) y en la Universidad Central de Venezuela (donde, por cierto, no llegué a graduarme en la carrera de Letras), todas instituciones públicas que tenían sus bibliotecas no solo como sitio de consulta y estudio, sino de reunión para hacer trabajos y jugar ajedrez o simplemente para ir a hablar bajito. La llegada de mis 59 años es inminente, así que pertenezco a una generación de padres (bueno, ya de abuelos), gracias a la cual todavía hoy existen hogares con un espacio (por lo general pequeño y con pocos ejemplares) dedicado a tal fin.

Es necesario que esas modestas bibliotecas familiares y su patrimonio bibliográfico se conserven y crezcan cuando ya no estemos los nacidos antes de la vorágine electrónica, esa que nos vende la fabulosa idea de que tenemos a nuestra disposición en la red una cantidad de información infinita, a la cual en realidad resulta –por ironías de la vida– humana y materialmente imposible acceder en su totalidad aunque permanezcamos "pegados" a la Internet de forma ininterrumpida durante nuestra vida entera.

La sola sensación de que todo el conocimiento humano está allí nos tiene embobados (no me lo contaron, lo digo con conocimiento de causa: utilizo computadores y teléfonos “inteligentes” a diario), creyendo que de alguna manera somos poderosos por tener una serie de dispositivos electrónicos conectados a la Internet, que nos hacen bólidos de la autopista de la información, aunque en la práctica seamos apenas unos maltrechos viandantes informáticos auto impedidos del sano contacto con esa cosa "arcaica" que son los libros. 

 

Alexis Espinoza