sábado, 21 de abril de 2018

CONFLICTO DE BAJA INTESIDAD




El texto que sigue lo leí por primera vez a principios de la década del 2000; hoy lo que allí se dice está más vigente que nunca: EEUU no ha cambiado su libreto y a Nicaragua en estos momentos (abril de 2018) le están aplicando otra vez la vieja receta que le administraron en los años 80 del siglo pasado, y de la cual viene siendo víctima Venezuela desde que comenzó el siglo XXI. Así que cualquier parecido entre lo que se cita más abajo y lo que actualmente ocurre en Venezuela y Nicaragua no es ni remotamente una coincidencia.

“Conflicto de baja intensidad” en el Caribe: la fase preventiva
(En Venezuela y las relaciones internacionales en la cuenca del Caribe. Andrés Serbin [Compilador]. Coedición Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales y Asociación Venezolana de Estudios del Caribe. Caracas, 1987. Páginas 43-46)
Isabel Jaramillo Edwards
La percepción[1] estratégica norteamericana actual ubica a todo el Tercer Mundo en lo que se denomina área de “conflicto de baja intensidad”.
El “conflicto de baja intensidad” (LIC), según el Mandate for Leadership II de la Heritage Foundation[2] “es una estrategia a través de la cual los programas de ayuda pueden ser realizados en regiones conflictivas sin la carga ominosa que significa la intervención militar” directa. Esto significa tratar de evitar los debates en el Congreso. Los movimientos antibélicos, los marines muertos devueltos a Estados Unidos, en definitiva evitar todo aquello que significó un alto costo en la guerra de Vietnam.
Esta doctrina bélica contempla el uso de elementos paramilitares, guerra económica, propaganda y desestabilización, operaciones antiterroristas, etc. [...]
Aunque el concepto “conflicto de baja intensidad” se deriva de lo que los estrategas militares llaman “espectro del conflicto”, se está generalizando en el establishment de la defensa y think-tanks dedicados al tema, como concepto globalizador de una variedad de “hechos” y “sucesos” o “conmociones sociales” que se suceden en el mundo subdesarrollado producto de una situación de explotación crónica y creciente depresión económica y endeudamiento externo.
El ajuste del antiguo pensamiento estratégico y el desarrollo de una nueva concepción de la política que contempla la utilización de la fuerza militar como un instrumento de política exterior, se debe –según Weinberger– a “los cambios en la política internacional y en el equilibrio militar global” que han creado una “nueva geografía de conflicto” para lo cual es necesario “un aparato militar flexible y móvil que pueda adaptarse rápida y decididamente”[3] a los intereses de Estados Unidos donde quiera que estén.
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Esta “nueva geografía” no es realmente nueva sino que retoma, adecúa y decanta viejas concepciones para justificar “intervenciones selectivas”[4] .
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Se plantea que Estados Unidos debe estar preparado para enfrentar “una amplia gama de amenazas ambiguas en el área oscura entre la guerra de envergadura y la paz milenaria...”, reiterándose la necesidad de “estar preparados para comprometer su poder político, económico y, si fuera necesario, militar cuando la amenaza sea aún controlable y cuando su uso prudente pueda impedir que esa amenaza evolucione”[5].
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El llamado “conflicto de baja intensidad” es entonces un concepto de dimensión estratégica que integra medidas políticas, económicas, sociales y militares que tienen por objeto “ganarse al pueblo” y “evitar ciertos resultados” obviamente referidos a procesos revolucionarios e incluso a medidas modernizantes o reformistas que tengan lugar en los países del Tercer Mundo, y que Estados Unidos estime que atentan contra sus intereses.  Incluye el uso de la fuerza militar como elemento “disuasivo”, y en una fase extrema del “conflicto de baja intensidad”, se contempla la participación directa de tropas de Estados Unidos cuando el país (o región) afectado no haya sido capaz de solucionar el problema en base a las medidas internas implementadas con ayuda y asesoría norteamericana en todos los niveles, para lograr la llamada “construcción de la nación”.
[...]
En Centroamérica, como “peligro inmediato”[6], el “conflicto de baja intensidad” se encuentra en la fase ofensiva. Estados Unidos financia abiertamente a la contrarrevolución, satura el escenario de maniobras y ejercicios bélicos con aparente intención “disuasiva” pero cuyo carácter potencialmente agresivo es indudable, además de obstaculizar soluciones negociadas[7], en un intento por revertir la revolución nicaragüense e impedir el avance del movimiento revolucionario salvadoreño de forma de mantener artificialmente y agudizar el conflicto local.



[1] Las percepciones adolecen de un peligro interpretativo porque corresponden a una interpretación intencional de la realidad donde inciden elementos de propaganda, desinformación y parte de información real dirigida interesantemente que puede encubrir la realidad o parte de la realidad misma.
[2] R. Shultz: Low Intensity Conflic. 1984. pp. 264-270.
[3] M.T. Klare: The Reagan Doctrine, Inquiry, March-April 1984.
[4] G. D. Foster: “On Selective Intervention”, Strategic Review, Fall 1983.
[5] G. Shultz: Remarks on Low intensity warfare conference, 15 de enero de 1986; National Defense University. Conferencia Convocada por el Departamento de Defensa y National Defense University.
[6] Isabel Jaramillo: Centroamérica: el peligro inmediato. Ponencia Conferencia contra la Carrera Armamentista por la Paz y el Desarrollo. La Habana, enero 1985.
[7] “Las negociaciones no son el objetivo de la política exterior norteamericana, son el medio por el cual se logra ese objetivo... sabemos que las negociaciones y la diplomacia que no están respaldadas por la fortaleza son, en el mejor de los casos, ineficaces, y en el peor de los casos, peligrosas”, G. Shultz, Discurso ante Veteranos, Chicago, 21-8-84.