jueves, 16 de octubre de 2008

Un año de agravio para la etnia warao

Enviado el 18 de febrero pasado a quienes aparecen en los créditos del Calendario 2008 de la Contraloría General de la República como responsables de su elaboración.

La Contraloría General de la República (CGR) es una institución del Estado venezolano, así que todo lo que hace público, por el medio que sea y por intrascendente que parezca, tiene alguna consecuencia. Nos referimos concretamente al Calendario 2008 “Warao: Gente de las curiaras”, el cual no solo es distribuido en la CGR, sino que también se hace llegar a infinidad de órganos de control tanto nacionales como extranjeros y a muchos otros entes públicos de variada naturaleza en distintas partes del mundo.

El calendario de este año es muy particular porque, además de unas bellas fotografías y su agradable diseño gráfico, tiene por tema a un grupo humano (la etnia indígena warao) y no, por ejemplo, a un artista (Narváez, 2007), un personaje histórico (Bolívar, 2006), una abstracción (Valores, 2005) o un monumento natural (el Ávila, 2004). Esta vez se escogió a una etnia venezolana que está viva y tiene voz propia, que puede expresarse por sí misma y decirnos cómo es, cómo ve el mundo y cómo se relaciona con él.

Sin embargo, los textos que acompañan las imágenes del calendario 2008 de la CGR no son del todo felices, como en el reverso de la portada, donde leemos: “Se han adaptado a la vida moderna y a convivir con poblaciones más civilizadas”, expresión propia del pensamiento desarrollista, que considera como inferiores o menos civilizadas aquellas sociedades cuyo modo de vida no es el occidental.

Más adelante (mes de abril, siempre en el reverso) se señala que: “Le rinden culto al sol, a la luna y a las aguas”, despachando con una tamaña generalidad que resume como hemos venido “entendiendo” la religiosidad de las etnias indígenas, la rica visión cosmogónica de un pueblo y, sin duda, uno de los pilares fundamentales de su cultura. La mitología y la literatura warao son hermosas y han sido recogidas en varios libros; algunos textos cuya voz es la de la propia etnia, de seguro nos hubieran ilustrado mejor acerca de sus cultos y creencias.

En ese mismo mes se expresa que “Para el matrimonio no hay noviazgo previo sino que la mujer se ‘escapa’ con la pareja elegida. Normalmente hacen vida marital desde muy jóvenes, tienen de cinco a ocho hijos (…)”, afirmación que niega de plano la existencia de ese noviazgo simplemente por no comprenderlo y, a pesar de haber manejado antes la noción de matrimonio, ahora se retrocede a la denominación “vida marital” (como no la formalizan de la misma forma que nosotros “los civilizados”, se pasa a denominar la relación matrimonial warao de una manera despectiva, equivalente a concubinato); además, se hace una referencia antipática y sin sentido acerca de la cantidad de hijos que comúnmente tiene la mujer de esa etnia, que se asemeja más a una descripción de tipo zootécnica (las hembras de la especie tal paren de tantas a tantas crías) que a un comentario constructivo sobre la vida y costumbres de una sociedad.

También nos llama la atención que se usen indistintamente los términos “raza” (mes de mayo), “etnia” (julio) y “tribu” (octubre) para referirse al pueblo warao cuando a) raza es una palabra que se refiere solamente al conjunto de características físicas que diferencian a grupos de una misma especie y que se perpetúan por medio de la herencia [DRAE, 2001], y no incluye los aspectos de índole lingüístico, social y cultural que junto con los de orden racial sí reúne etnia; y b) desde hace varias décadas se ha venido dejando de utilizar tribu por su connotación negativa, en beneficio de etnia que reivindica la riqueza cultural de los grupos a los cuales se atribuye dicha denominación (precisamente en contraposición a tribu), por lo cual tiene hoy un uso aceptado y extendido tanto en la Antropología como en las demás Ciencias Sociales.


En julio encontramos: “La educación y el trabajo también son valores presentes en una etnia que se ha adaptado a los cambios que impone la modernidad”, referencia que sugiere tendenciosamente que “educación” y “trabajo” son valores presentes en los warao gracias a que han sido influidos por gente “más civilizada” (esto lo podemos apreciar mejor si lo relacionamos con el texto del reverso de la portada comentado en principio). ¿Si eso es cierto, entonces cómo pudo sobrevivir hasta ahora un pueblo milenario sin educarse ni trabajar?
Al mes de noviembre lo acompaña el siguiente texto: “La esperanza descansa en las nuevas generaciones: sus sueños, su formación y su voluntad de ver hacia delante, más allá del horizonte”, pasaje idílico que bien pudiera atribuírsele a cualquier “población civilizada moderna”, donde se valoran sobre manera la juventud, la educación formal profesional y las expectativas en relación con el futuro, en contraste con las sociedades de corte tradicional, como los warao, donde se valora la sabiduría de los ancianos, que es vital para transmitir a los más jóvenes conocimientos ancestrales que le permitan a su cultura seguir existiendo.

La cultura warao enfrenta desde hace largo tiempo el tremendo reto de sobrevivir al “contacto” con la cultura criolla. Ese es un peligro constante y creciente que ha tenido momentos terribles, como el devastador cierre del caño Mánamo en 1966 por parte de la Corporación Venezolana de Guayana (cuando se construyó un dique-carretera que creó de un lado un gran lago y del otro un desierto) que condujo a la muerte por inanición a muchos guaraúnos (inclusive algunos fueron comidos, aún antes de morir, por animales que también buscaban subsistir), y que significó para los más “afortunados” el desplazamiento forzoso hacia sitios que los hicieron inmensamente vulnerables; muchas comunidades se vieron desintegradas y sus miembros tuvieron la necesidad de emigrar a zonas habitadas por los criollos, donde llegaron generalmente a engrosar la población marginal. Episodios como el referido, son producto de la avaricia desarrollista y la incomprensión de la cultura ajena; son la consecuencia de ambiciones faraónicas que tienen como aliada la ignorancia acerca de los habitantes originarios de estas tierras. Todavía hoy, cuando existe una visión de Estado progresista sobre los pueblos indígenas, que reconoce sus derechos ancestrales y su papel en la formación de nuestra identidad como nación, los warao siguen luchando por recuperarse de tanto “roce” con el mundo “civilizado”.

Alexis Espinoza

1 comentario:

Virgilio dijo...

muy buena crítica amigo, le da el valor correcto a las cosas.