Publicado originalmente en noviembre de 2005.
La guerra actualmente se libra con el apoyo de todos los recursos posibles, como siempre; pero hoy en día las motivaciones, la procedencia del recurso humano y el apoyo logístico no ayudan mucho a sustentar esa visión “romántica”, donde el patriotismo y la lucha contra el mal justifican cualquier acción.
Los hechos nos han enseñado que la vida de millones de personas, el legado de culturas milenarias y la preservación del ambiente no están muy alto entre las prioridades de los guerreristas.
No nos sorprenden las verdaderas razones que mueven las guerras e invasiones (dinero). A pesar de que con motivo de los “conflictos” más recientes se realizaron torpes intentos por hacerlos parecer como un acto de defensa ante la amenaza de ataques con armas de destrucción masiva, sabemos desde hace ya bastante rato que la necesidad de mantener un aparato industrial voraz y la ausencia total de escrúpulos, permitieron marcar como una amenaza mundial a dos países que no por casualidad tienen en su subsuelo reservas de gas y petróleo de las más importantes del mundo.
Esa terrible combinación de afán desmedido de lucro con falta absoluta de principios, mantiene bien aceitada la máquina de producir dólares de la guerra. Lo que acabamos de señalar es una fórmula que tiene nombre: corrupción. No hay nada más global ni a lo que nos acostumbremos con más facilidad que la corrupción. Siempre viene bien envuelta y nuestras debilidades –así sean mínimas– la ayudan a seducirnos; por eso muchas veces la tenemos frente a frente y no la reconocemos.
Las tropas de los países que inventan guerras están compuestas principalmente por gran cantidad de jóvenes excluidos étnica y/o económicamente; carne de cañón fresca que a pesar de su escasa convicción está dispuesta a arriesgar la vida en procura de una existencia con menos carencias. Pero el costo político del regreso de los muertos y de los crímenes de guerra del ejército regular, han puesto de moda la utilización de mercenarios que organizados en unidades paralelas a las regulares, hacen el trabajo más sucio y mueren “privadamente”; por ellos solo hay que rendir cuentas de orden financiero, ya que –¡Oh, pequeño detalle!– resultan más caros los “contratistas” llevados de cualquier parte del mundo con jugosos sueldos, que los soldados “propios”.
La privatización de la guerra no se queda en los que reparten y reciben metralla. Asuntos como, por ejemplo, la tintorería y los comedores en las “zonas en conflicto”, los manejan empresas que ganan astronómicas sumas de dinero por la prestación de unos servicios de calidad muy discutible. Pero en la guerra la ropa limpia y la buena comida son secundarias; en cambio, es prioritario contratar esos servicios con empresas del entorno más próximo del alto gobierno, no por un asunto de tráfico de influencia (el responsable de la cartera de Defensa del gran hacedor de la guerra fue, coincidencialmente, ejecutivo del principal consorcio contratista) o de la más directa corrupción (groseros sobreprecios que de seguro espantarían al mismísimo Diego Arria), sino porque está en juego la seguridad nacional, hemisférica y mundial; la seguridad que dibujan ellos, los patriotas, los buenos, los que luchan contra el mal dondequiera que esté.
¿Qué es lo reprochable de enriquecer junto a los amigos con el negocio de la guerra?...
¿Dónde está Transparencia Internacional? ¡Ah, sí!: está encuestando a ejecutivos de las principales empresas y gente influyente por todo el mundo a ver cómo perciben a los gobiernos de sus distintos países.
Los hechos nos han enseñado que la vida de millones de personas, el legado de culturas milenarias y la preservación del ambiente no están muy alto entre las prioridades de los guerreristas.
No nos sorprenden las verdaderas razones que mueven las guerras e invasiones (dinero). A pesar de que con motivo de los “conflictos” más recientes se realizaron torpes intentos por hacerlos parecer como un acto de defensa ante la amenaza de ataques con armas de destrucción masiva, sabemos desde hace ya bastante rato que la necesidad de mantener un aparato industrial voraz y la ausencia total de escrúpulos, permitieron marcar como una amenaza mundial a dos países que no por casualidad tienen en su subsuelo reservas de gas y petróleo de las más importantes del mundo.
Esa terrible combinación de afán desmedido de lucro con falta absoluta de principios, mantiene bien aceitada la máquina de producir dólares de la guerra. Lo que acabamos de señalar es una fórmula que tiene nombre: corrupción. No hay nada más global ni a lo que nos acostumbremos con más facilidad que la corrupción. Siempre viene bien envuelta y nuestras debilidades –así sean mínimas– la ayudan a seducirnos; por eso muchas veces la tenemos frente a frente y no la reconocemos.
Las tropas de los países que inventan guerras están compuestas principalmente por gran cantidad de jóvenes excluidos étnica y/o económicamente; carne de cañón fresca que a pesar de su escasa convicción está dispuesta a arriesgar la vida en procura de una existencia con menos carencias. Pero el costo político del regreso de los muertos y de los crímenes de guerra del ejército regular, han puesto de moda la utilización de mercenarios que organizados en unidades paralelas a las regulares, hacen el trabajo más sucio y mueren “privadamente”; por ellos solo hay que rendir cuentas de orden financiero, ya que –¡Oh, pequeño detalle!– resultan más caros los “contratistas” llevados de cualquier parte del mundo con jugosos sueldos, que los soldados “propios”.
La privatización de la guerra no se queda en los que reparten y reciben metralla. Asuntos como, por ejemplo, la tintorería y los comedores en las “zonas en conflicto”, los manejan empresas que ganan astronómicas sumas de dinero por la prestación de unos servicios de calidad muy discutible. Pero en la guerra la ropa limpia y la buena comida son secundarias; en cambio, es prioritario contratar esos servicios con empresas del entorno más próximo del alto gobierno, no por un asunto de tráfico de influencia (el responsable de la cartera de Defensa del gran hacedor de la guerra fue, coincidencialmente, ejecutivo del principal consorcio contratista) o de la más directa corrupción (groseros sobreprecios que de seguro espantarían al mismísimo Diego Arria), sino porque está en juego la seguridad nacional, hemisférica y mundial; la seguridad que dibujan ellos, los patriotas, los buenos, los que luchan contra el mal dondequiera que esté.
¿Qué es lo reprochable de enriquecer junto a los amigos con el negocio de la guerra?...
¿Dónde está Transparencia Internacional? ¡Ah, sí!: está encuestando a ejecutivos de las principales empresas y gente influyente por todo el mundo a ver cómo perciben a los gobiernos de sus distintos países.
Alexis Espinoza
1 comentario:
Bienvenido a la blogósfera... Excelente post, definitivamente es un negro negocio que cobra vidas y deja situaciones irreversibles...
Saludos,
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