Publicado originalmente en ENcontrARTE (Revista cultural alternativa) N° 65 (junio de 2007) www.aporrea.org
Ese día comprendí que no éramos el uno para el otro como insistentemente me repetías cuando caía rendido ante tus caricias y favores, cada vez que provocabas mi risa fácil, estimulabas mis oídos con tus chismes faranduleros o excitabas el resto de mis sentidos con esas imágenes inquietantes y muchas veces absurdas.
Estoy convencido de que es normal que ante tu agonía ya no sienta lo mismo de aquellos años. Supongo que es muy distinto para quienes no han podido escapar de esa relación sadomasoquista que cultivas tan bien y donde siempre has jugado el papel dominante. Veo con pavor la suerte que pude haber corrido si ese 21 de noviembre de 2001 no hubiese reaccionado. Quizás en este momento estaría llorando por los rincones o queriendo hacer cualquier cosa para que no te vayas; a lo mejor me encontraría desafiando el destino y negando la realidad.
Sería hipócrita si dijera ahora que no te guardo rencor.
En este instante solo te digo que termines de irte –sé que no será en paz– para que a tus deudos el luto les dure poco (algunos de ellos son queridísimos familiares y amigos míos).
Por si tu memoria ya no es tan buena, RCTV, más abajo te anoto las reflexiones que tuve el valor de escribir aquel día después de ver tu noticiero matutino, todavía en medio de la duda de si estaría siendo o no injusto contigo.
Su forma de matar piojos me ofende
21 de noviembre de 2001
Tengo la sana costumbre de sentirme muy bien cuando los comunicadores –sea prensa escrita, radio o televisión– llaman las cosas por su nombre y nos ayudan a conocer los hechos tal cual ocurrieron, cuando nos señalan el camino hacia la “verdad” (¿cuál es la verdad?), porque todos tenemos el derecho a conocer la realidad por muy cruda que ella sea: sólo yo debo decidir si quiero saber o no acerca de un acontecimiento.
También tengo la mala costumbre de sentirme muy mal –por mi culpa, lo confieso: no debo estar viendo la televisión en la mañana mientras me visto– cuando soy atacado por el deseo desmedido de algunos reporteros de estregarnos en la cara algún drama social que la mayoría de las veces ya conocemos. ¿No tenemos suficientes detalles del grave asunto de la indigencia en nuestra capital?, ¿acaso la gente no sabe que hay miles de personas que duermen en cualquier rincón?, ¿todavía queda alguien que no sepa de los hogares improvisados en sitios públicos?...
Me parece de mal gusto ese “show” a caballo en compañía de la Policía de Caracas, a la caza de los indigentes que habitan a las orillas del Guaire. Se trata del acoso impertinente a personas que por lo menos merecen nuestro respeto, ya que no tienen nuestra ayuda.
No entiendo como alguien puede acercarse repentinamente a una persona que duerme junto a un río putrefacto en lo que queda de un colchón, lo despierta micrófono en mano y le pregunta, haciendo gala de una gran estupidez, que por qué está durmiendo allí y no en su casa, cuando evidentemente esa es su casa.
Tampoco mi escasa inteligencia me permite digerir una imagen en la cual se irrumpe en un hogar (hecho de sábanas viejas y pedazos de latón, con un puente de la autopista por techo, pero hogar al fin), se hurga sin permiso entre las pocas pertenencias de una mujer que en la parte superior de su cuerpo solo lleva puesto un sostén y se procede a entrevistarla, aún en contra de su voluntad, amedrentada por la presencia de la policía, haciéndole una batería de preguntas que parecen formuladas para torturarla (¿por qué decidiste vivir aquí?, ¿no será que estás enferma del estómago porque comes aquí junto al río, en medio de esta suciedad?...)
Mientras me vestía vi una y otra vez como perseguían a un grupo de personas, las acorralaban como delincuentes y las interrogaban de forma absurda llevándolas hasta la vergüenza. Espero que haya sido el asombro lo que me mantuvo algunos minutos frente al televisor y no un morbo subterráneo como el de los reporteros.
Así no quiero ejercer mi derecho a ser informado.
Alexis Espinoza
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