A
propósito del interés de Yajaira Grimont
y
Bárbara Jiménez en el asunto
La
ortografía es sobre todo arbitraria (ella procura que una
palabra se escriba de la manera como se ha venido pronunciando
durante cierto tiempo, por un número significativo de hablantes para
quienes la lengua en cuestión es la materna). Por eso existe un
“orden” que pocas veces nos parece lógico: la ortografía se
vale de convencionalismos para tratar de establecer un único
código que permita de forma económica, la comunicación
escrita de la mayor cantidad de individuos posible. Esos
convencionalismos privilegian principalmente los usos históricos.
Si en español no existe la terminación de vocablos en la consonante
t (por decir algo) y entonces toma prestada de otra lengua una
palabra que originalmente termina con esa consonante, nuestra
ortografía la absorbe y suprime esa t final,
como ocurre con corset (del francés), que en español se
escribe corsé.
Hay
otras palabras, específicamente los nombres que llamamos propios
(los apellidos Font, Millet y Grimont, entre
muchos otros) que, tal como sabemos desde la escuela primaria, aunque
los pronunciemos cien por ciento en español [fon, millé,
grimón...], los debemos escribir en su lengua original.
Nuestra
ortografía impone usos que muchas veces nos cuesta entender; en
otros casos nunca llegamos a entenderlos. De todas maneras (y no es
consuelo de tontos) lo más importante es que internalicemos los
usos, no que entendamos la ¿lógica? ortográfica.
Alexis
Espinoza
octubre
de 2003