miércoles, 15 de octubre de 2025

Algo maravilloso o no confundir




Ya han pasado cinco días desde que se anunció el veredicto del Nobel de la Paz y todavía se escuchan las voces de infinidad de intelectuales y de antiguos ganadores, que esgrimen toda clase de argumentos buscando convencernos de que la ganadora de este año no lo merecía. 

Nada más desacertado que llevar las cosas por ese camino. Es como si nos negáramos a degustar el rico fruto de la planta del ananás, porque los colonizadores le encontraron cierto parecido con el fruto del pino y también lo llamaron piña.

Lo que ha ocurrido es algo maravilloso: el comité del Nobel creó una nueva categoría y, al parecer, aún no lo sabe o decidió saltarse la burocracia incluyendo como de la paz lo que realmente es un premio al fracaso político, porque no debe ser ninguna mantequilla instaurar una categoría cuando don Alfredo dejó instrucciones más que precisas para lavar su apellido, lo cual en sí mismo ha sido un rotundo fracaso, en vista de que el premio ha servido para que cada año invariablemente recordemos quién inventó esa forma tan eficaz de matar y destruir que es la dinamita (y pensar que con tanto invento atroz desde entonces para acá, de no ser por la Fundación Nobel, de seguro ya nadie recordaría quién creó los fulanos cartuchos).

Volviendo al tema de la injusticia que se está cometiendo con la más reciente ganadora del Nobel de la Paz, basta con examinar someramente sus méritos para caer en cuenta de que, de ser categorizado el premio correctamente, todos estaríamos más que contentos: casi un cuarto de siglo de actividades y asociaciones de todo tipo para lograr un cambio de régimen político que ha anunciado sin descanso y que jamás ha llegado (ojo, no confundir su exitosísimo fracaso político con fracaso económico, porque en ese sentido ha obtenido un jugoso resultado en el transcurso de su quehacer durante veintipico de años, sería un tremendo error).


Alexis Espinoza