Acostumbramos acompañar los textos con alguna fotografía (a veces más de una), pero en esta ocasión la prudencia aconseja no hacerlo. Por otro lado, esa misma señora mal encarada que en incontables ocasiones nos aguó la fiesta y que, incluso, más de una vez ya a punto de hacer algo nos empujó en sentido contrario, también ha aconsejado que dejáramos en claro ciertas cosas antes de adentrarnos siquiera un poco en el tema que nos ocupará.
Entonces, vale decir que la persona de la cual hablaremos en tono anecdótico sí existió y que lo que se dirá en torno suyo es cierto (el margen de error respecto a la veracidad del asunto es por cuenta de mi memoria). Es tan cierto como que era un mamador de gallo, con frecuencia irreverente, capaz de ponerte en situaciones embarazosas. También es necesario resaltar que era católico y que no manifestaba animosidad alguna contra las otras religiones, pero ni pestañeaba a la hora de hacer chistes alrededor de cualquiera de ellas, tanto así que la propia solía ser su principal “víctima”.
En una ocasión llegó a la puerta de la casa una mujer mayor que estaba cumpliendo una penitencia luego de haber pedido por su salud y resultar curada (ojo, no atestiguamos aquí una relación causa-efecto); había prometido ir de casa en casa dando testimonio de su curación y pidiendo limosna para mandar a hacer cierta cantidad de misas. A Lorenzo no se le ocurrió mejor idea que hacerse el sordomudo y entró en amena “conversación” con la penitente por medio de gestos y gemidos, lo cual tomó por sorpresa al resto de los presentes, quienes buscando de contener la risa no tuvieron más remedio que seguirle la corriente (ante un “¡Ay, él es mudo!… ¿De nacimiento?”, alguien respondió “No, eso fue de repente”). La señora recibió una limosna muy generosa del mudo improvisado y siguió su camino complacida después de haber explicado su caso en detalle, con palabras y señas.
La familia entraba en tensión y aparecían las risitas nerviosas cada vez que algunos testigos de Jehová estaban por la cuadra haciendo su batida religiosa y adivinen quién se encontraba en la casa. Cuando Lorenzo decía “esos son los testículos de Jehová” y se disponía a abrir la puerta, el resto de la familia experimentaba cierta tendencia a desaparecer como por arte de magia. Él los llamaba –literalmente– testículos de Jehová: no tenía problemas en dirigirse a ellos así, solo que lo hacía de tal manera (algo rápido y mascullando un poco las palabras) que la mayoría de las veces dudaban si habían escuchado testigos o testículos. Por supuesto que entre sus interlocutores de turno menudeaban las caras de duda, sorpresa e incredulidad en el caso de los más desprevenidos, y también de molestia de quienes sabiendo que habían oído bien, tenían la certeza de haber escuchado lo que realmente escucharon.
Resultaría interesante conocer si además de la similitud fonética entre testigo y testículo, que le servía a Lorenzo para gozar un rato a costa del prójimo, él sabía acerca de la estrecha relación semántica heredada del latín que tienen esos vocablos (no es casual que para algunos entendidos testiculus signifique “testigos de virilidad”, mientras que para otros, apelando al significado de sus componentes, testis: testigo y culus: diminutivo, sea “pequeños testigos”). Más allá de que actualmente expertos consideren como leyenda urbana una presunta tradición de la antigua Roma, según la cual las personas requeridas como testigos en un juicio, juraban decir la verdad tocándose los testículos con la mano derecha (suponemos entonces que aquello excluía de plano a las féminas), el vínculo entre ambos términos existe y lo reconocen tanto expertos de diversas instituciones, como la RAE y, por supuesto, la Asociación de Academias de la Lengua Española, en grado tal, además, que el DRAE establece la referencia cruzada que se acostumbra en estos casos, como podremos ver de seguidas:
Alexis Espinoza