Nuestra lengua –al igual que las demás– toma prestada de cuando en cuando alguna palabra de otra lengua; eso ocurre generalmente si ese vocablo nombra una nueva realidad; es decir, el préstamo lingüístico se da cuando lo nombrado (objeto, concepto, situación...) es nuevo entre nosotros, se incorpora a nuestra realidad y surge la necesidad de nombrarlo.
Lejos de lo que la mayoría de la gente cree, esos
préstamos en sí mismos no son negativos; al contrario, son uno de los
mecanismos a través de los cuales una lengua se mantiene viva, se oxigena para
no desaparecer.
Existen varias vías para que la lengua española se
haga de una palabra. En el caso de carnet (del francés), ticket o
diskette (del inglés), por ejemplo, nuestra lengua escrita (sí, existe
una diferencia sustancial entre la que hablamos y la que escribimos) las
incorporó hace muchísimo tiempo tal como suenan en español y adaptadas a
nuestra ortografía: carné, tique y disquete, aun cuando
nos empeñemos en escribirlas en su lengua original.
En líneas generales, la incorporación al español de
vocablos provenientes del latín es un poco distinta. Quizás por tratarse de
nuestra lengua madre (de ella se derivan las lenguas romances, como la que
hablamos) la Real Academia
Española de la Lengua
optó por reconocer el uso en español de ciertos nombres terminados igual que en
latín, pero con marcación de tilde según nuestra ortografía (en latín no se usa
tilde), en coexistencia con vocablos de ortografía absolutamente española, como
es el caso de memorandum, que puede ser memorándum o, si lo preferimos,
memorando (por cierto, el plural solo se debe formar a partir de
memorando). Caso distinto el de algunas otras palabras donde no se usa ese híbrido
latín-español, porque se requeriría modificar su raíz (como en stadium:
habría que agregar al principio una e antes de la s; por eso en
nuestra lengua solo se debe escribir estadio).
Alexis Espinoza
septiembre de 2003
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